sábado, 29 de junio de 2013

Yo Soy El Que Yo Soy



Me bajé del automóvil y contemplé la vieja mansión señorial. Moulinsart  no había cambiado nada en veinte años, salvo por dos cosas, Sir Roger Ackroyd, mi tío, había muerto hace poco y me había legado la extensa propiedad, junto con su fortuna y ahora, yo, Arthur Hastings, era su nuevo dueño.

La puerta principal se abrió y apareció Héctor, el sempiterno mayordomo, intocado por el paso de los años.

—Bienvenido, Señorito Arthur, me dijo con una justa, medida, pero sincera sonrisa —permítame conducirlo a sus aposentos.

Mas tardé bajé y entré en la biblioteca, allí fue donde pasé los mejores días  de mi infancia y adolescencia, entre los miles de libros que había allí y  que yo devoraba con fruición. Husmeé por aquí y por allá, viendo viejos y nuevos títulos y regodeándome por anticipado. El suave calor primaveral junto con su luz entraban en la habitación y solo se oía el acompasado ruido de las tijeras del jardinero.

Me arrellané en un sofá mientras pensaba que la escena era igual que en el “Señor de los Anillos”…

… Escuché atentamente junto a Frodo las instrucciones que le daba Gandalf para el viaje, entré con ellos a Khasad-Düm y caí con Gandalf luchando contra el Balrog. Me vi en el puente de mando del Titanic, cuando el Capitán John Smith daba la tardía orden de virar y parar. Oí como el camarero dijo —Señora, ni el mismo Dios podría hundir este barco. Departí largas jornadas en el “Nautilus”, junto al capitán Nemo, sobre la riqueza de la vida marina que veía pasar ante mis ojos, compartí el viaje en el “Rangoon” y mas tarde la prisa por regresar a Londres a tiempo de Phileas Foog, descendí a las entrañas de la Tierra con el Profesor Lidenbrock, fui David Copperfield, fui Oliver Twist y como ellos padecí miseria y gloria en el viejo Londres, comí sándwiches de pepino mientras disertaba sobre  “La importancia de llamarse Ernesto”, pasé las noche en vela escuchando las lamentaciones de Sir Simón de Canterville, ayudándole a preparar sus horrorosas y fallidas caracterizaciones, acompañe a Tintín y Milú en sus múltiples aventuras, incluyendo aquella donde el Capitán Haddock tacha al General Tapioca de “Spec du Mussolini du  Carnival” (Tintín et  Les Pícaros) y aquellas dos (Objetivo la Luna y Aterrizaje en la Luna) donde Hergé se da la mano con Verne, compartí recuerdos con “Funes el Memorioso” y caminé por “El jardín de los senderos que se bifurcan”, asistí al lento desalojo en “Casa tomada” y me asombré de las “Historias de Cronopios y de Famas” y nunca terminé de jugar “Rayuela” con Cortázar, compartí la miseria de la gran depresión con “Las uvas de la ira” de Steinbeck. Yo fui Hércules Poirot, Jane Marple, Nero Wolfe, y disfruté de mi gastronomía y de mis orquídeas en Nueva York. Fui (poco) Sherlock Holmes. En “Un mundo pequeño” y “Vida en familia”, me enamoré de la Italia de Guareschi. Compartí con el Padre Brown y Flambeau, la filosofía de Chesterton. Disfruté de las torpezas lingüísticas y de otro tipo del inefable exilado ruso Timofey Pavlovich Pnin de Vladimir Nabokov. Yo soy Tom Sawyer, soy “El Príncipe y el Mendigo” de Mark Twain. Yo soy el María Celeste, El Holandés Errante, El Viajero del Alba. Yo estuve en Cair Paravel, con mis Señores, los Reyes de Narnia, Lucy, Edmund, Peter y Susan , con Cáspian, con Reepicheep, Yo soy Aslan. Yo vi nacer a Hawai, de la mano de Mitchener, por lo tanto son Mako, soy Pele, soy el último Rey, Kamehameha V. Yo soy Dumbledore, soy Hogwarts, soy la Casa Griffindor y amigo de Harry…

… Yo Soy El Que Yo Soy. En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Yo soy el Camino,  la Verdad y la Vida, el que crea en Mi no morirá jamás. Y mi nombre es Legión, mi nombre es Legión, es Legión, Legión Legióooooooooooooooooooooooooooooooooooooo….

Desperté sobresaltado, el ruido de las tijeras había cesado. Héctor entró a la biblioteca con la bandeja del té. Al verme pálido y sudoroso me dijo:

— ¿El señorito tuvo una pesadilla?, a Sir Roger le sucedía mucho en este lugar, sobre todo al final. Me decía que era por culpa del polvo y los hongos de los libros, que había que hacer una limpieza, no se, el año que viene, tal vez. ¿No le parece al señorito? Y me sonrió, pero esta vez, su sonrisa era una mueca maligna...

“El Misterio del Diamante oscuro” (En homenaje a Enrique Jardiel Poncela)

Comentario previo: No se le escapará al lector sagaz que este cuento es casi igual a "El misterioso caso de los profesores que no querían aprender", el cual ya publiqué. Si, este una adaptación de aquel, me plagié a mi mismo, mas no temáis  eso se llama onanismo literario, ocurre con frecuencia, pero no es contagioso.

Me giré al escuchar sus pasos. Era el cartero. Holmes y yo caminábamos apresuradamente en el Downtown londinense, pero yo no tenia la menor idea de adonde íbamos.

El cartero, de una forma muy discreta, la cual consistía en estirar el brazo con un sobre el la mano, gritando a voz de cuello:

―¡¡¡Correspondencia para el Sr. Sherlock Holmes!!! ― me tendió un sobre.

Lo tomé rápidamente y se lo entregué a Holmes, mientras el cartero se alejaba gritando:

― ¡¡¡Correspondencia para el Sr. Winston Churchill!!! ― (estábamos en Downing Street)

― ¡¡¡Correspondencia para su Majestad el Rey!!!

― ¡¡¡Correspondencia para el Príncipe de Gales!!!

―¡¡¡Correspondencia para el Virrey de la India!!!

― ¡¡¡Correspondencia para Sir Paul Mac Cartney!!!

Y así hasta que se perdió de vista (y de oído).

Me volví hacia Holmes, quien tenía una mirada de extrañeza, viendo a carta abierta.

― ¡Por Dios!, Watson, ¡no entiendo nada!

― Es que tienes la carta al revés, Holmes ― apunté inteligentemente.

― ¡Hoy estás muy asertivo, querido Watson! ― me replicó con cierto tono de desagrado, el cual conozco muy bien.

―Es una carta de Lady Cristina  Bellamy Collingwood , una hermosa e inteligente amiga mía.

Y a continuación me leyó la carta mientras caminábamos más rápido, ahora por Abbey Road:

“Querido Sr. Holmes:

Anoche noté en falta una de mis joyas mas preciadas, el Diamante Oscuro, valorado en 55.000 libras, regalo de mi amante, quiero decir de mi amante esposo Sir William de Collingwood.

No logro sospechar de nadie, la servidumbre, numerosa por cierto, es de toda confianza, desde el mayordomo James Bedford que lleva al servicio de la Casa Collingwood 125 años, hasta la más nueva, la tercera doncella, Margaret Jones, la cual trabaja aquí desde la Primera Guerra Mundial.

Y mi querido amigo, Rupert Chase, me ha jurado que el no ha sido, la última vez que lo hizo estábamos paseando en su nuevo Rolls.

Estoy desesperada, no se que hacer, seguramente Usted podrá, con su preclara inteligencia, resolver en forma discreta este problema.

Yo sabré recompensar debidamente sus servicios.

Afectuosamente,

Lady Cristina Bellamy Collingwood
Collingwood House, Stratford-Upon-Avon, Warwickshire.”

― Creo, querido Watson, que esto será muy sencillo. ― musitó Sherlock, mientras tomábamos Harley Street.

Levantó el auricular del primer teléfono público que encontramos y dijo.
― ¿Chase? ¿Silver Ghost? ¿Pago? ¡Gracias!

― Escribe, por favor, Watson ― me ordenó.

“Querida Lady Cristina:

El ladrón es sin duda su amigo Rupert, quien ayer compró en la Casa Rolls un Silver Ghost, cuyo precio es exactamente 55.000 libras, las cuales pagó en efectivo.

Atentamente suyo

Sherlock Holmes”

(Tomamos por Pine Road, caminando cada vez más rápido…)

― ¿Me estás siguiendo Watson? ― preguntó Sherlock.

― ¡Por supuesto Sherlock! ― Holmes me debía tres meses de sueldo, y yo no estaba dispuesto a perderlo de vista.

Desembocamos otra vez en Downing Street. En ese momento me di cuenta que estábamos dándole la vuelta a la manzana como por sexta vez consecutiva.

De pronto nos alcanzó el Conejo Blanco y nos dejó atrás, corriendo a todo vapor, mientras musitaba algo de tomar el té con la Liebre de Marzo y El Sombrerero.

― Envía la respuesta a Lady Cristina ― me espetó.

― De inmediato, Holmes ― respondí.

Cerré el sobre y en cuanto vi un buzón, lo introduje allí. Como a los diez minutos, apareció el cartero (el servicio está cada día peor), gritando:

― ¡¡¡Correspondencia para el Sr. Sherlock Holmes!!!

Sherlock, en tono sorprendido, inquirió: ― ¿De quien podrá ser la carta?

― Sospecho que es la respuesta de Lady Cristina ― repuse.

Sherlock abrió la carta y leyó rápidamente, mientras corríamos desaforadamente alrededor de la manzana:

“Apreciado Sr. Holmes:

Efectivamente, ese pícaro adorable de Rupert fue el ladrón, pero ya lo perdoné, debe Usted comprenderme, cuando me mira con su cara de niño regañado, es imposible resistirse, aparte de que tiene 23 años y que Sir William de Collingwood tiene 95 y está postrado en su lecho con una insuficiencia respiratoria que en cualquier momento (desde hace 15 años) se lo llevará de este mundo.

Le pago sus honorarios cuando cobre, gracias.

Afectuosamente suya:

Lady Cristina Bellamy Collingwood
Collingwood House, Stratford-Upon-Avon, Warwickshire.”

En ese momento nos detuvimos bruscamente frente al Nº 10 de Downing Street y Sherlock, sonriendo burlonamente, me dijo:

― ¡Voy a tomar el te con Winston!

Yo estaba tan hecho polvo que cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.

El que gorgotea en la oscuridad (En homenaje a H.P. Lovecraft)


Algo raro le sucede a la gente que sale del iluminado local  y tuerce a la  derecha, hacia un callejón  oscuro y largo. Casi nadie va para allá de noche, realmente, salvo unos depósitos y mucha basura, allí no hay nada que buscar. Y sin embargo, algo raro sucede. Y es por eso que la gente comienza a rumorear de lo que pasa allí. Y no es sencillo describir que pasa, en realidad parecen ser solo rumores, cuentos de viejas, balbuceos de borrachos trasnochados, rumores, solo rumores.

Lo cierto es que hay un relato, el del viejo Joe Davis, que es contado una y otra vez por la vieja Meredith, quien, no se cansa de repetírsela a quien quiera escucharla. Ese relato, si le creemos a  la vieja, es inquietante, muy inquietante.

Yo fui un día a Dawson Street, en el Bronx y allí, en el número 17, encontré el corro de viejas chismosas. Allí pregunté por Meredith. Una mujer alta y espigada, como de 70 años me dijo ―Yo soy, ¿para que me busca, jovencito?  

Le dije: ―Quiero saber de Joe Davis, ¿Qué le pasó?  

Poco le faltó a la veja para relamerse de gusto, pero lo supo disimular. ―Joe murió hace unas semanas ¿Qué quiere saber?

―Lo que le pasó en el callejón―le contesté.

―Cosas feas, jovencito, cosas muy feas, ¿Está seguro de que quiere saber?

Repuse: ―seguro, cuénteme todo. 

―Está bien  ―­­­y se acomodó mejor en su silla.

»―Todo ocurrió esa noche, Joe salió del restaurant y quien sabe porque motivo, torció a la derecha por  ese callejón oscuro y solitario. No había recorrido ni veinte metros cuando sintió algo tan espantoso que no podía describir. Era una presencia, algo que se movía confusamente delante de el, una presencia tan maligna como usted no puede imaginar.

»―No tenia forma ni color definidos, era muy grande y olía, ¡Dios! más que olía, apestaba a animales muertos.

»―Joe quiso huir pero no pudo, aquella presencia maligna y gorgoteante le atraía con  fuerza increíble, así que se fue acercando a ella poco a poco, asqueado por lo que veía y olía, pero no podía echar para atrás. La criatura se abalanzó sobre el y le atrapó la mano. Realmente no se la atrapó, se la succionó, si entiende lo que quiero decir.

»―Joe aulló, gritó y se revolvió, tratando de liberarse y por fin logró hacerlo. Cayó al suelo y la cosa esa se le abalanzó encima, gruñendo y gorgoteando. Joe se arrastró hacia atrás, luego logró incorporarse y huyó aullando, tratando de parar la sangre que brotaba de su mano derecha.

»―Cuando llegó debajo de un farol, se miró la mano y gritó aun mas fuerte, no sabe como corrió hacia el hospital que estaba a dos calles y entró, dando alaridos y a tropezones, balbuceando ―¡¡¡Ayúdenme por el amor de Dios!!!

»Una de las doctoras de guardia lo atendió de inmediato y cuando le vio la mano no pudo evitar dar un grito. Mi sobrina Nancy estaba de guardia también aquella noche y también le vio la mano, o lo que quedaba de ella. Me dijo que tenía solamente los huesos sanguinolentos con algunos filamentos de músculo, como si la hubiera sumergido, en ácido.

»― ¡Por Dios!, ¿Dónde metió la mano?―le preguntó la doctora.

»―Fue eso, eso me atacó y me comió la mano, ¡por favor ayúdeme!―gritó Joe en medio de sus dolores.

»Se lo llevaron adentro, le dieron sedantes, lo pasaron a cirugía y no tuvieron mas remedio que amputársela hasta la muñeca.

»Yo lo fui a visitar al otro día, éramos amigos, ―continuó Meredith―, estaba delirando, con una fiebre altísima. Cuando me vio se calmó un poco y me contó lo que acabo de decirle y lo hizo una y otra vez.

»Al otro día estaba peor, los médicos no sabían que le pasaba, ahora lo único que decía en su desvarío era “Yo soy Numiroth” o algo parecido y no cesaba de repetirlo. Murió esa tarde, aullando ese horrible nombre, en medio de contorsiones y arcadas. Nunca me dijeron porque murió…


Meredith se quedó en silencio, un silencio total y definitivo. Me alejé, impresionado por lo que acababa de oír. ¿Verdad o mentira? ¿Pura imaginación? ¿Y la mano carcomida? ¿Y la muerte de Joe sin causa aparente? Lo cierto es que algo raro le sucede a la gente que sale del iluminado local  y tuerce a la  derecha, hacia un callejón  oscuro y largo…