Comentario previo: No se le escapará al lector sagaz que este cuento es casi igual a "El misterioso caso de los profesores que no querían aprender", el cual ya publiqué. Si, este una adaptación de aquel, me plagié a mi mismo, mas no temáis eso se llama onanismo literario, ocurre con frecuencia, pero no es contagioso.
Me giré al
escuchar sus pasos. Era el cartero. Holmes y yo caminábamos
apresuradamente en el Downtown londinense, pero yo no tenia la menor idea de
adonde íbamos.
El cartero, de una forma muy discreta, la cual consistía
en estirar el brazo con un sobre el la mano, gritando a voz de cuello:
―¡¡¡Correspondencia para el Sr. Sherlock Holmes!!! ― me
tendió un sobre.
Lo tomé rápidamente y se lo entregué a Holmes, mientras
el cartero se alejaba gritando:
― ¡¡¡Correspondencia para el Sr. Winston Churchill!!! ―
(estábamos en Downing Street)
― ¡¡¡Correspondencia para su Majestad el Rey!!!
― ¡¡¡Correspondencia para el Príncipe de Gales!!!
―¡¡¡Correspondencia para el Virrey de la India!!!
― ¡¡¡Correspondencia para Sir Paul Mac Cartney!!!
Y así hasta que se perdió de vista (y de oído).
Me volví hacia Holmes, quien tenía una mirada de
extrañeza, viendo a carta abierta.
― ¡Por Dios!, Watson, ¡no entiendo nada!
― Es que tienes la carta al revés, Holmes ― apunté
inteligentemente.
― ¡Hoy estás muy asertivo, querido Watson! ― me replicó
con cierto tono de desagrado, el cual conozco muy bien.
―Es una carta de Lady Cristina Bellamy Collingwood , una hermosa e
inteligente amiga mía.
Y a continuación me leyó la carta mientras caminábamos
más rápido, ahora por Abbey Road:
“Querido Sr. Holmes:
Anoche noté en falta una de mis joyas mas preciadas, el
Diamante Oscuro, valorado en 55.000 libras, regalo de mi amante, quiero decir
de mi amante esposo Sir William de Collingwood.
No logro sospechar de nadie, la servidumbre, numerosa por
cierto, es de toda confianza, desde el mayordomo James Bedford que lleva al
servicio de la Casa Collingwood 125 años, hasta la más nueva, la tercera
doncella, Margaret Jones, la cual trabaja aquí desde la Primera Guerra Mundial.
Y mi querido amigo, Rupert Chase, me ha jurado que el no
ha sido, la última vez que lo hizo estábamos paseando en su nuevo Rolls.
Estoy desesperada, no se que hacer, seguramente Usted
podrá, con su preclara inteligencia, resolver en forma discreta este problema.
Yo sabré recompensar debidamente sus servicios.
Afectuosamente,
Lady
Cristina Bellamy Collingwood
Collingwood
House, Stratford-Upon-Avon, Warwickshire.”
― Creo, querido Watson, que esto será muy sencillo. ― musitó
Sherlock, mientras tomábamos Harley Street.
Levantó el auricular del primer teléfono público que encontramos
y dijo.
― ¿Chase? ¿Silver Ghost? ¿Pago? ¡Gracias!
― Escribe, por favor, Watson ― me ordenó.
“Querida Lady Cristina:
El ladrón es sin duda su amigo Rupert, quien ayer compró
en la Casa Rolls un Silver Ghost, cuyo precio es exactamente 55.000 libras, las
cuales pagó en efectivo.
Atentamente suyo
Sherlock Holmes”
(Tomamos por Pine Road, caminando cada vez más rápido…)
― ¿Me estás siguiendo Watson? ― preguntó Sherlock.
― ¡Por supuesto Sherlock! ― Holmes me debía tres meses de
sueldo, y yo no estaba dispuesto a perderlo de vista.
Desembocamos otra vez en Downing Street. En ese momento
me di cuenta que estábamos dándole la vuelta a la manzana como por sexta vez
consecutiva.
De pronto nos alcanzó el Conejo Blanco y nos dejó atrás,
corriendo a todo vapor, mientras musitaba algo de tomar el té con la Liebre de
Marzo y El Sombrerero.
― Envía la respuesta a Lady Cristina ― me espetó.
― De inmediato, Holmes ― respondí.
Cerré el sobre y en cuanto vi un buzón, lo introduje
allí. Como a los diez minutos, apareció el cartero (el servicio está cada día
peor), gritando:
― ¡¡¡Correspondencia para el Sr. Sherlock Holmes!!!
Sherlock, en tono sorprendido, inquirió: ― ¿De quien
podrá ser la carta?
― Sospecho que es la respuesta de Lady Cristina ― repuse.
Sherlock abrió la carta y leyó rápidamente, mientras
corríamos desaforadamente alrededor de la manzana:
“Apreciado Sr. Holmes:
Efectivamente, ese pícaro adorable de Rupert fue el
ladrón, pero ya lo perdoné, debe Usted comprenderme, cuando me mira con su cara
de niño regañado, es imposible resistirse, aparte de que tiene 23 años y que
Sir William de Collingwood tiene 95 y está postrado en su lecho con una
insuficiencia respiratoria que en cualquier momento (desde hace 15 años) se lo
llevará de este mundo.
Le pago sus honorarios cuando cobre, gracias.
Afectuosamente suya:
Lady Cristina Bellamy Collingwood
Collingwood
House, Stratford-Upon-Avon, Warwickshire.”
En ese momento nos detuvimos bruscamente frente al Nº 10
de Downing Street y Sherlock, sonriendo burlonamente, me dijo:
― ¡Voy a tomar el te con Winston!
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