Algo
raro le sucede a la gente que sale del iluminado local y tuerce a la
derecha, hacia un callejón oscuro
y largo. Casi nadie va para allá de noche, realmente, salvo unos depósitos y
mucha basura, allí no hay nada que buscar. Y sin embargo, algo raro sucede. Y
es por eso que la gente comienza a rumorear de lo que pasa allí. Y no es
sencillo describir que pasa, en realidad parecen ser solo rumores, cuentos de
viejas, balbuceos de borrachos trasnochados, rumores, solo rumores.
Lo
cierto es que hay un relato, el del viejo Joe Davis, que es contado una y otra
vez por la vieja Meredith, quien, no se cansa de repetírsela a quien quiera
escucharla. Ese relato, si le creemos a
la vieja, es inquietante, muy inquietante.
Yo
fui un día a Dawson Street, en el Bronx y allí, en el número 17, encontré el
corro de viejas chismosas. Allí pregunté por Meredith. Una mujer alta y espigada,
como de 70 años me dijo ―Yo soy, ¿para que me busca, jovencito?
Le
dije: ―Quiero saber de Joe Davis, ¿Qué le pasó?
Poco
le faltó a la veja para relamerse de gusto, pero lo supo disimular. ―Joe murió
hace unas semanas ¿Qué quiere saber?
―Lo
que le pasó en el callejón―le contesté.
―Cosas
feas, jovencito, cosas muy feas, ¿Está seguro de que quiere saber?
Repuse:
―seguro, cuénteme todo.
―Está
bien ―y se acomodó mejor en su silla.
»―Todo
ocurrió esa noche, Joe salió del restaurant y quien sabe porque motivo, torció
a la derecha por ese callejón oscuro y
solitario. No había recorrido ni veinte metros cuando sintió algo tan espantoso
que no podía describir. Era una presencia, algo que se movía confusamente
delante de el, una presencia tan maligna como usted no puede imaginar.
»―No
tenia forma ni color definidos, era muy grande y olía, ¡Dios! más que olía,
apestaba a animales muertos.
»―Joe
quiso huir pero no pudo, aquella presencia maligna y gorgoteante le atraía
con fuerza increíble, así que se fue
acercando a ella poco a poco, asqueado por lo que veía y olía, pero no podía echar
para atrás. La criatura se abalanzó sobre el y le atrapó la mano. Realmente no
se la atrapó, se la succionó, si
entiende lo que quiero decir.
»―Joe
aulló, gritó y se revolvió, tratando de liberarse y por fin logró hacerlo. Cayó
al suelo y la cosa esa se le abalanzó encima, gruñendo y gorgoteando. Joe se
arrastró hacia atrás, luego logró incorporarse y huyó aullando, tratando de
parar la sangre que brotaba de su mano derecha.
»―Cuando
llegó debajo de un farol, se miró la mano y gritó aun mas fuerte, no sabe como
corrió hacia el hospital que estaba a dos calles y entró, dando alaridos y a
tropezones, balbuceando ―¡¡¡Ayúdenme por el amor de Dios!!!
»Una
de las doctoras de guardia lo atendió de inmediato y cuando le vio la mano no
pudo evitar dar un grito. Mi sobrina Nancy estaba de guardia también aquella
noche y también le vio la mano, o lo que quedaba de ella. Me dijo que tenía solamente
los huesos sanguinolentos con algunos filamentos de músculo, como si la hubiera
sumergido, en ácido.
»―
¡Por Dios!, ¿Dónde metió la mano?―le preguntó la doctora.
»―Fue
eso, eso me atacó y me comió la mano, ¡por favor ayúdeme!―gritó Joe en medio de
sus dolores.
»Se
lo llevaron adentro, le dieron sedantes, lo pasaron a cirugía y no tuvieron mas
remedio que amputársela hasta la muñeca.
»Yo
lo fui a visitar al otro día, éramos amigos, ―continuó Meredith―, estaba
delirando, con una fiebre altísima. Cuando me vio se calmó un poco y me contó
lo que acabo de decirle y lo hizo una y otra vez.
»Al
otro día estaba peor, los médicos no sabían que le pasaba, ahora lo único que
decía en su desvarío era “Yo soy Numiroth” o algo parecido y no cesaba de
repetirlo. Murió esa tarde, aullando ese horrible nombre, en medio de
contorsiones y arcadas. Nunca me dijeron porque murió…
Meredith
se quedó en silencio, un silencio total y definitivo. Me alejé, impresionado
por lo que acababa de oír. ¿Verdad o mentira? ¿Pura imaginación? ¿Y la mano
carcomida? ¿Y la muerte de Joe sin causa aparente? Lo cierto es que algo raro
le sucede a la gente que sale del iluminado local y tuerce a la
derecha, hacia un callejón oscuro
y largo…
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